Cuando comencé a escribir estos relatos, allá por junio de 2012, no imaginaba que apenas dos años después, tendría tanto material y experiencias para contar y que entraría en un debate interno, sobre qué ciudad sería la próxima en mis cuentos. Por ese entonces, sólo había hecho un único viaje importante por la costa este de Estados Unidos, sumado a unos días en Playa del Carmen, México.
La situación al día de hoy, indica que tengo más ciudades pendientes por relatar, que las efectivamente relatadas, así que tengo dos opciones para remediar esta situación:
1) Dejar de viajar un par de años e ir actualizando de a poco mi bitácora.
2) Apurar la pluma e intentar escribir más seguido.
Todo hace indicar que la opción 2 es la más sensata. Creo que los lectores que me conocen, concuerdan conmigo.
Bien, vayamos al grano. Voy a hablar de Berlín. Es cierto que tengo varios pendientes de viajes anteriores, e incluso, ni siquiera fue la primera ciudad que visité en mi viaje a Europa. Berlín tampoco fue mi ciudad favorita de las visitadas en el viejo continente (Londres se lleva todos los premios), aunque me pareció realmente muy interesante y estaría dispuesto a volver a visitarla. En fin, no hay una razón principal, simplemente, voy a escribir de Berlín. Así que, gehen wir!
Berlín, como todos saben (?), es la capital de Alemania y está situada en el noreste del país, a 70 km. de Polonia. Es la ciudad más poblada del país, con 3.4 millones de habitantes y es de las más pobladas de la Unión Europea. La ciudad fue fundada en el año 1237, siendo la capital del Reino de Prusia (1701 - 1918), de la República de Weimar (1919 - 1933) y del Tercer Reich (1933 - 1945). Luego de la Segunda Guerra Mundial, la ciudad fue dividida: la parte este de la ciudad se convirtió en la capital de la República Democrática Alemana; mientras que la parte oeste pasó a convertirse en una parte importante de la República Federal de Alemania (su capital era Bonn). Finalmente, fue entre los años 1990 y 1991 cuando desapareció la RDA (anexándose a la RFA), trasladándose la capital, de Bonn a Berlín.
Alemania es un país por el que, debo confesar, tengo gran respeto y admiración. El siglo pasado (seguramente por errores propios) estuvieron dos veces literalmente destruidos y divididos (por las guerras y el muro) y sin embargo, hoy es la potencia más importante e influyente de toda Europa. Imagino que debe ser por su forma de ser o de pensar, pero los alemanes tienen la pinta de que son capaces de levantarse ante las peores circunstancias y salir fortalecidos de las mismas. Quizás por eso haya decidido visitarlos y quizás por eso, sea que el primer relato europeo vaya en la misma dirección.
Llegamos al aeropuerto secundario de la ciudad, el Flughafen Berlin-Schönefeld. Pese a su carácter de secundario, este aeropuerto recibe decenas de vuelos diarios, la mayoría de ellos internacionales.
Con el propósito de ahorrar unos dólares en los vuelos, optamos por viajar en aerolíneas Low Cost, en este caso, en EasyJet. La ventaja principal es las mismas, es que se viaja realmente barato y en poco tiempo (a diferencia de un tren por ejemplo). Las desventajas son dos: se debe viajar con poco equipaje (o pagar extra) y generalmente, no vuelan entre los aeropuertos principales de las ciudades, sino que utilizan otros un tanto más alejados de las mismas. Esto último, implica que el traslado al centro pueda llegar a demorar un buen rato.
Mientras intentábamos conectarnos a la red local del aeropuerto, encontramos la oficina dedicada a orientar al turista. Allí, una señora muy amable nos indicó en perfecto inglés, cómo llegar a la Pension Thomas, lugar donde nos alojaríamos. Debíamos hacer una conexión: tomar un bus hasta Rudow y luego conectar en subte hasta Kleistpark. Sencillo. Para esto, la señora alemana nos preguntó cuántos días estaríamos y nos recomendó sacar un ticket por tres días, tickets que compramos sin dudar. Lo único que tendríamos que hacer, era, la primera vez que usáramos el bus, insertar el boleto en una máquina al costado del chofer. A partir de ese momento, el ticket sería válido por tres días. La ventaja que tiene el sistema de transporte de Berlín, es que tanto buses como subtes están unificados, por lo cual, el boleto podría ser utilizado en cualquiera de ellos. Algo que nos llamó la atención, es que las paradas de subte no cuentan molinetes ni nadie que controle que el pasajero tenga boleto de viaje, por lo cual, se podría viajar en los mismos sin pagar un peso (un euro). Presumiblemente, sean pocos los alemanes que tengan esa conducta.
Subimos al ómnibus con todo el equipaje y comenzamos a movernos por Berlín. Lamentablemente, Rudow no aparecía (pese a ser la primera parada que tenía el bus que subimos), por lo cual, apelando a la generosidad del chofer alemán y con mi pulido inglés (?) intenté ubicarnos espacialmente. Me indicó con pocas palabras que la siguiente parada sería la que buscábamos. A esa altura, era una buena noticia dado que pensábamos que nos habíamos pasado de parada. Ya en Rudow, encontramos el subte al que debíamos subir (creo que el U7) y (luego de varias paradas) llegamos a Kleistpark. Unas cuadras más adelante, llegamos a la Pension Thomas, en el barrio Schöneberg.
Esto que se viene ahora, corresponde a uno de los momentos más raros del viaje. Llegamos al alojamiento, que tenía una puerta similar a la de un edificio de apartamentos, pero sin timbres. Intentamos abrirla, pero la misma estaba trancada. Momento de caos, no podíamos entrar al hotel! A la izquierda de la pensión había una especie de galería. Entramos y vimos una puerta que daba a la Pension Thomas y que no estaba trancada. En la siguiente imagen, sobre el número 8, la pensión. La puerta de la izquierda, corresponde a la galería.
Subimos las escaleras con todo el equipaje, siguiendo las indicaciones que había en las paredes, que indicaban que la recepción se encontraba en el segundo piso. El lector lo está imaginando y se lo voy a confirmar: la puerta del segundo piso, también estaba trancada. Caos nuevamente. Volvimos a bajar y subir las escaleras, buscando algún cartel esclarecedor (por más que estuviera en alemán). Nuevamente en el segundo piso, nos llamó la atención una caja fuerte al costado de la puerta trancada, con un teclado para digitar un PIN. Me acerco y encima de la misma, había un cartel escrito en alemán, inglés y algún otro idioma que indicaba que era necesario contactarse con un número de teléfono local. Casi sin esperanzas, envié un mensaje solicitando el PIN, mensaje que mágicamente fue respondido a los pocos segundos, conteniendo el número deseado. Abrimos la caja fuerte, que contenía cada una de las llaves de las habitaciones, entre ellas, una con mi nombre escrito. Luego de todas estas pruebas de ingenio, logramos entrar a la habitación alquilada.
Por ahora, no escribiré más. Los espero en el próximo capítulo de la bitácora!
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