Luego de varias horas de vuelo, una hora de auto hasta llegar a Toledo y unas cuantas otras caminando por la ciudad, los viajeros acusaban cierto cansancio y ganas de encontrarse de lleno con una parte importante de la cultura ibérica: su cocina. Pero antes de hablar de comida, dejo un link a la entrada anterior:
No éramos muy exigentes. El requisito que tenía que cumplir el lugar donde nos detuviéramos a comer era bien simple: tener jamón ibérico. Sin embargo, a medida que íbamos caminando y decidiendo, nos dimos cuenta de algo bien básico: la gran mayoría de los restaurantes ofrecían el ansiado jamón, por lo cual nos despreocupamos e intentamos entrar al lugar que nos pareciera más tradicional, más típico de España. Minutos después estábamos calmando nuestras ganas con varias fetas de jamón y una Amstel, cerveza típica españo... holandesa.
Ligado al punto anterior, me interesa detenerme un poco en el jamón ibérico. Al igual que con cualquier otro producto, existen distintas calidades y productores de jamón, pero nunca se nos había ocurrido indagar entre las distintas opciones. Pese a esto, apenas llegamos a España nos quedó algo claro, dicho por los propios españoles, la mejor opción era el Jamón Ibérico de Bellota.
En este caso, los animales son criados en predios con determinadas características (en dehesa), alimentados en base a hierbas y cereales y durante tres o cuatro meses, con bellotas y pastos hasta alcanzar su peso óptimo. Las restantes clasificaciones de jamones implican la crianza en otros predios o bien, una distinta alimentación.
Basta de hablar de comidas. Continuamos caminando la ciudad y encontrándonos con cientos de casas de época, con dos o tres pisos, pequeños balcones y faroles.
Debido a lo estrecho de las calles, era muy frecuente que no les diera el sol, pese a estar caminando por ellas en pleno día. Otras por ejemplo, eran literalmente escaleras para transeúntes, por supuesto no habilitadas para la circulación de vehículos. Algo que también me llamó bastante la atención fue encontrar construcciones cuyas puertas o ventanas eran similares a estilos árabes. Tal como se aprecia en la foto, es indudable su influencia.
Mientras continuábamos la marcha, encontrándonos con varios grupos de turistas y con decenas de locales de artesanías, dimos con un museo denominado Antiguos Instrumentos de Tortura. La entrada era muy económica (algo así como dos euros), por lo cual, decidimos darle una chance. Sin entrar en demasiados detalles (por si el lector resulta ser impresionable), se podían ver horcas, elementos utilizados para el desmembramiento o decapitaciones de acusados y demás. Resultó ser bastante interesante para conocer un poco de la historia antigua.
Cambiando radicalmente de tema, es bastante frecuente en España encontrarse con representaciones de Don Quijote de la Mancha y por supuesto, Toledo no fue la excepción.
Apostados delante de tiendas, de casas o simplemente como parte del paisaje, el Quijote se deja ver por todos lados.
A unos 60 kilómetros de la ciudad de Toledo se encuentra el municipio de Consuegra. El plan respecto a este lugar no era recorrerlo exhaustivamente sino visitar un castillo y varios molinos de viento, aprovechando que nos quedaba de paso (nuestro siguiente destino era Granada). Nos encontramos con un paisaje en el que, al igual que con Toledo, era fácilmente extrapolarse a varios siglos atrás. Un castillo de plena edad media y varios molinos conformaban una vista única.
Como imaginará el lector, Don Quijote también estaba presente en Consuegra junto a los molinos, pero entendí no valía la pena agregar otra foto.
Hemos llegado al fin de la (extensísima) entrada y terminado con Castilla-La Mancha. La próxima entrada corresponderá a Granada, perteneciente a la comunidad autónoma de Andalucía. Espero hayas disfrutado!
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